miércoles, 21 de enero de 2009

la casa que me habita

Esta es mi casa.
Me lavo en ella todas las mañanas
y a veces quito el polvo
que se va atrincherando en los rincones
o me empolvo yo mismo y estornudo
enredando en los libros de sus estanterías.
En ella tomo
mis caldos, mis verduras, mi estofado de carne,
mis pastillas, y duermo, cuando toca,
en esa cama tan destartalada.


Esta es mi casa.
En ella estuve siempre,
(incluso cuando andaba
buscándome la vida
en los bancos del parque);
la casa que llevaba de mochila
cuando fui a la batalla de Lepanto
a repartir mandobles a moros y cristianos,
la que volvió conmigo ya derrotado y manco,
el refugio perdido
en los mares del sur de mis patrañas,
el osario futuro de mi esqueleto a pelo.


Esta es mi casa,
donde no tengo gatos ni canarios,
ni tortuga siquiera. Sólo
paredes arrugadas,
paraguas que pasean conmigo por la noche,
espejos que se burlan de mí cuando me afeito,
plantas depredadoras que no florecen nunca
pero me besan cuando me ven triste,
guitarras que despiertan mis más bajos instintos
al tocar un acorde menor desaliñado,
cajones destemplados, boinas, copas
dispuestas siempre para cualquier juerga.
Tengo también
un negrito zumbón y muchas hojas
de periódico sueltas, arrugadas
por cualquier titular a tres columnas.


Esta es mi casa,
yo sé que esta es mi casa porque viven
aquí mis personajes,
mi yo, mis heterónimos, mis neuras,
mi chica y mi perrita pequinesa,
mi sombrero y mis trajes,
la cicatriz de todos mis recuerdos,
el lunar de tus besos, la luna de mis sueños,
mis heridas, las marcas de mis venas,
los señuelos del tiempo, mis fantasmas,
aquí viven. Y juegan, y revuelven
con saña los armarios
por mucho que los cierre a cal y canto
(son armarios con cierta mala leche)
una asistenta ya mayor que viene
dos veces por semana,
y eso desde hace siglos, ni se acuerda
si había ya nacido el arquitecto
que diseñó completo el edificio
que, dicen los más viejos, era un hito
para la arquitectura de la época.


Esta es mi casa,
aunque yo no la habito:
ella me habita a mí con sus achaques,
con las continuas crisis pulmonares
de su fontanería,
con sus noches de urgencias y de cristales rotos,
con sus derrames cerebrales y otras derramas
varias (como los partos
múltiples de su comunidad de propietarios);
ella me acosa con su perfil genético
altamente hormonado,
me sorprende en la noche pidiéndome perdón
por esconder las velas cuando se va la luz
(que es algo que sucede con frecuencia),
la tengo todo el día escayolada
y aún así me protesta
y me llena los techos de goteras y grietas.
Me ocupa mucho tiempo esta morada,
ella me habita, sí,
y yo no tengo espacio para tanta vivencia.


Esta es mi casa.
Sé que llegará el tiempo en que habrá que dejarla,
así que hay que empezar a despedirse
de tantos habitantes, y no sé cómo hacerlo.
Me da pena el reloj, el reloj sobre todo,
no he hablado del reloj porque me arriesgo
a dejarme llevar por la nostalgia
de las horas perdidas
(o ganadas, eso nunca se sabe),
un reloj de pared que heredé de mi abuelo
y que nunca dejó de dar las campanadas
claramente a destiempo. Por supuesto,
elevaré una instancia a las autoridades
para que no se olviden
de poner una placa muy cerca de la puerta
que estoy cerrando ahora:
Aquí vivió y murió José Luis Zúñiga,
malogrado poeta.

2 comentarios:

María Socorro Luis dijo...

Si sigues escribiendo siempre así, esa placa de tu casa , en lugar de malogrado tendrá que decir, por lo menos, prestigioso poeta.
Macanudo, como dirían en mi pueblo.
Un saludo cariñoso

pablo medel dijo...

¡Toma ya!